
Hace 30 años que en Galicia muere más gente que la que nace ¡30 años! 30 años de saldo vegetativo negativo. Si seguimos con esta dinámica, en quince años, la población gallega no alcanzará los 2,5 millones de habitantes, la mayor parte de los cuales, serán ancianos. En Ourense nacen 5,7 bebés por cada mil habitantes, la 7ª ciudad con un índice de tasa de natalidad más bajo de toda Europa y el 2º de toda España.
Pero no seamos tan dramáticos, porque al menos en este caso -por suerte- el problema tiene solución, y parece que está en nuestras manos. Se entiende que unos por otros, la casa sin barrer, y es que es muy difícil sentirse responsable directo de este problema, aun siendo gallego y formando parte activa de la comunidad, porque los problemas de índole demográficos como éste no se aprecian en las distancias cortas (no hay más ciego que quien no quiere ver), y al ser algo de índole tan global, con un alcance tan extenso, nadie va a abanderar el movimiento del “repoblemos nuestra tierra” en carne propia, porque sería absurdo. Es más que obvio, que la iniciativa ha de partir de las instituciones, y que desde un punto de vista político, habrá que ayudar e incentivar debidamente a las familias para facilitar la posibilidad de que se fomente la natalidad, más allá de implementar planes económico-sociales que favorezcan la llegada de más inmigrantes, que aunque para algunos sea como gritar al aire “que vienen los rusos”, lo cierto, con los datos en la mano, es que se ha demostrado por activa y por pasiva, las bondades de contar con la aportación que ofrecen las comunidades de inmigrantes que se instalan en la comunidad, cuando lo hacen, que por desgracia para el interés general, es en contadas ocasiones. Desde luego, de no contar con el favor de la inmigración, los datos existentes en la actualidad serían alarmantes… si no lo son ya, que siendo realistas, lo son.
El pasado año 2018, la Xunta de Galicia destinó el 41% de su presupuesto a la Sanidad, recibiendo el Servicio Gallego de Salud, el mayor presupuesto desde su creación. Galicia está mayor y está enferma, y requiere de muchos cuidados y atenciones, así que -para todos aquellos que aún no se habían dado cuenta- una población envejecida repercute en todos los miembros de la comunidad de la misma manera, con una exigencia económica tremenda, que afecta también al resto de ministerios que conforman el gobierno de esta, nuestra sociedad. Más medicamentos, más atención sanitaria, más operaciones, más gasto hospitalario, … Un 13% de los gallegos tienen más de 75 años, y representaron casi el 40% del gasto anual en recetas. Quien esté al cuidado de sus mayores, sabe lo que significa porque lo vive en carne propia día tras día. Nuestros abuelos nos necesitan y cada vez nos resulta más complicado poder ayudarles como corresponde.

En unos años, encontrarse con un adolescente gallego en algunas localidades será toda una sorpresa, porque apenas habrá. En mi clase del colegio recuerdo que no había ni un solo alumno negro, y que en aquellos vetustos años ochenta, apenas conocía a una chica africana que vivía por mi barrio y a una pareja de asiáticos que regentaban un restaurante al que me encantaba ir a comer. Encontrarse con ellos era algo llamativo. La globalización y la mejora de los transportes y las comunicaciones… rompieron un poco las fronteras en este sentido, y hoy es mucho más común la interrelación racial a cómo lo era hace 30 años, pero mucho me temo, que éste proceso de envejecimiento poblacional, va a mostrarnos un escenario nunca antes visto y para el que dudo que estemos preparados; los niños serán -de seguir en esta línea- una auténtica rareza en nuestras calles. Y yo que soñaba con aquello de “ojalá que los niños vuelvan a jugar en las calles” ¿Qué niños? ¡Si no hay!
Hoy, casi el 25% de los gallegos están jubilados, y esta cifra aumentará hasta el 33% en apenas poco más de diez años. Es difícil mantener un estado de bienestar como el nuestro con estos datos. Pronto la esperanza de vida alcanzará los 85 años, y entiendo que ésta no debería ser de por sí una mala noticia, si viniese acompañada de un reemplazo generacional apropiado, que es en dónde radica el mayor déficit.
Estos últimos días, se escuchaba decir al joven e inexperto candidato del Partido Popular al gobierno nacional, Pablo Casado, que una de las medidas que plantea y de las políticas que pretende implementar, pasa por derogar la actual reforma de la ley del aborto, aprobada en el año 2010 (hace ya casi diez años), y que venía a actualizar y ampliar, la anterior, del año 85 del pasado siglo XX. Además de arcaico y retrógrado, me resulta ultra conservador y desfasado su discurso, impropio de alguien de su generación, demuestra una falta notable de ideas y de recursos para solventar los problemas demográficos de nuestro país, y también denota un burdo intento por imponer un pensamiento pseudo-religioso que atenta directamente contra la libertad de la mujer y contra sus derechos más básicos. Escuchar esto a golpe de 2019 me da a entender que tenemos un largo recorrido aún por delante para solucionar muchos de los grandes problemas a los que nos enfrentamos como sociedad. ¿Está preparada nuestra generación para ello? Jamás podría apoyar políticamente a un individuo y a un partido que realizan esta clase de planteamientos, y ahora que apelan al apoyo de la masa ciudadana para que se vuelquen en las urnas, y para que se manifiesten en las calles, he de recordar que esas masas las conforman cientos de individualidades, como tú, como yo, y cómo él, y que nuestros votos; el tuyo, el mío y el suyo, cuentan y valen lo mismo. ¡Ay si fuésemos conscientes de esa realidad… y responsables de la misma! ¡Qué distintas podrían llegar a ser las cosas!
Mientras desde ciertos partidos se pretende convertir a las españolas, en una suerte de máquinas reproductoras, otros se plantean qué políticas se pueden aplicar para que conciliar el tener un hijo con la vida laboral, sea más llevadero y más sencillo, como el otorgarles a los padres esa tan necesaria ampliación del permiso de paternidad a 8 semanas que se está tratando de incluir en los presupuestos, esos mismos que nadie parece querer aprobar. Ya saben, para que dos lleguen a un acuerdo primero tienen que dialogar, y eso es algo que hace tiempo que no se lleva a la práctica en el parlamento y el senado de nuestro país.

Volviendo a nuestras costas; Un gallego promedio tiene hoy en día casi 47 años. Me sentí un chaval al leer la noticia. Si supiese a qué juegan los chicos de hoy en día, me sumaba. Lo que pasa es que si bajo ahora a la calle, o voy al parque seguro que no me encuentro ni uno, y además con las canicas y las chapas seguro que me quedo desfasado, más allá de que quizás tendría que afeitarme y estoy muy cómodo entremezclado entre esa horda de barbudos modernos, que recuerdan a los personajes de las series de vikingos, y a los que algunos llaman “hípsters”, que no sé qué es, -ni me importa-. Sí sé que si nunca pertenecí a ninguna tribu urbana, no lo voy a hacer a estas alturas, y menos sabiendo que aún soy un joven cantautor gallego ¡Y yo que ya me había hecho a la idea de perder esa “muletilla” que tanta ilusión me hacía, y con la que siempre me presentaban… ¡Qué años aquellos! Sepan disculpar el ataque nostálgico, pero me entra la melancolía.
“Galicia es el geriátrico de España. El envejecimiento se dispara y los jubilados duplicarán a los jóvenes. Galicia necesita 7.000 nacimientos al año más para volver a crecer. Cada día mueren 36 personas más que las que nacen en nuestra tierra. En quince años tendremos la misma población que a finales de la guerra civil”. Me desayuno estas noticias desde hace años. Los titulares se sirven fríos y medio crudos. El inmovilismo político y social que dibuja una Galicia apesadumbrada, incomunicada, y somnolienta, viene marcado en buena medida, por el envejecimiento poblacional. Los jóvenes tendrían que ser los encargados de proyectar una sociedad de progreso, moderna e innovadora, pero si el peso de la población recae en la generación de aquellos que nacieron a mediados del pasado siglo, en lugar de en jóvenes gallegos veinteañeros y treintañeros, es comprensible la quietud y la zozobra con la que se cocinan los acontecimientos político-sociales en nuestro hogar.
En estos momentos, se dan tres circunstancias juntas que son un combo letal: bajan los nacimientos, hay más salidas que entradas en la comunidad de gente que se traslada a vivir a otras comunidades españolas, y también hay más gente que emigra al extranjero que la que viene a Galicia. No hay dato o estadística a dónde poder agarrarse. Por no apetecer, ya ni apetece moverse por la comunidad teniendo en cuenta que tenemos una de las autopistas más caras de toda Europa para comunicar las dos ciudades más pobladas de nuestro territorio. Todo apunta a un retroceso en la evolución demográfica de 92 años. Lo que rasca un poco, es que la previsión es que el resto de España crezca aproximadamente un 5% en los próximos tres lustros, justo el mismo porcentaje que se presupone que perderá Galicia ¡Con lo bonita que es nuestra tierra! ¿Nadie quiere venir? Normalmente uno, egoístamente, piensa que tampoco es un problema en tu día a día ¿En qué te afecta? Eso escucho decir a unos y a otros. “Si no viene nadie, mejor. Toda la playa para mí” – me decía un conocido. “Ellos se lo pierden” – me comentaba otro. Está bien, acepto eso, pero entonces no nos quejemos luego cuando clamamos que los negocios apenas venden, las comunicaciones están obsoletas, somos los grandes olvidados del estado, o ese tan manido “si quieres (aquí aplican muchos conceptos) tienes que ir a Madrid” que seguramente habréis escuchado en más de una ocasión. Y si, mucha juventud gallega se traslada a Madrid, o a Barcelona, o al extranjero en busca de las oportunidades que aquí no encuentra, quizás por falta de actividad y de proyección. Regresarán (quizás, tal vez) en edad adulta, ya cercanos a la jubilación y encontrarán en la tierra que les vio nacer, el refugio soñado y el retiro anhelado.
A mediados del siglo XIX, la población gallega representaba el 11% del conjunto estatal. Ahora, en plenos años “escuros” a nivel demográfico, estamos en el 5%. Esto repercute también en nuestro urbanismo y en el sector de la vivienda y la construcción. 1 de cada 4 gallegos vive solo. El 25%. A mí me parece triste. ¿Habéis visto esas noticias que salen a veces de que encuentran el cadáver de una persona que murió sola en su casa sin que nadie se enterase hasta meses más tarde, cuando el olor putrefacto de la descomposición alertaba a algún vecino? Pues esto dejará de ser noticia hasta llegar a normalizarse. Lo dicho, una lástima eso de morirte solo.
¿Qué más se puede decir? Hoy he querido reflexionar un poco en voz alta sobre este tema, que al fin y al cabo nos afecta a todos los gallegos de uno u otro modo.
Más amor, por favor.
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