
Ahora la gente va a “ver” un concierto. Ya no dice aquello de voy a “escuchar” un concierto. Insisten en que las actuaciones deben entrarle por los ojos a la gente. Pasa a importar más el peinado del artista, su vestimenta, sus movimientos en el escenario, o las luces de colores que lo alumbran, más que lo que toque o lo que cante.
La música se escucha. Algo tan básico como eso es enmascarado y opacado muchas veces por espectáculos que se pretenden musicales y en los que precisamente el ingrediente fundamental, la música, queda relegado a un segundo o tercer plano, perdiendo todo su valor. Dándole vueltas a esto, Samuel Leví y Los Niños Perdidos nos presentan una modalidad de “conciertos a ciegas” que se incluirá por vez primera en su próxima gira, y de la que quizás, sólo se hagan un par de presentaciones. Para poder llevarlo a cabo es necesaria la complicidad del público. Dejarse llevar.
¿Nunca has probado a apagar las luces del salón o de tu habitación, cerrar los ojos, y poner un disco?
¿No es cierto que percibes más cada detalle?
Vivimos tan al límite que apenas dedicamos tiempo a pararnos a escuchar un disco. Si eres de los/as que disfrutan de cada pequeño detalle, de aquellos/as románticos del sonido del vinilo, de los que aún leen con atención cada página del cuaderno de un disco ¡¡Y los compra!!, de los que en cada concierto se fija en qué hace cada músico, trata de escuchar instrumento a instrumento, etc. Posiblemente te gustará, y mucho, esta propuesta.
El público podrá libremente optar por taparse los ojos con unas máscaras durante la actuación, que se realizará a oscuras, con apenas unas pocas luces de referencia sobre el escenario. Quien no, podrá ver el concierto sin cubrirse los ojos, en un ambiente más cálido y tenue que de costumbre.
Un espacio pequeño e íntimo, diferentes aromas inundando la sala, y un pequeño detalle para que el paladar también participe. Juguemos.
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